Esencia...

Cementerio…, sagrado lugar que se queda con TODO lo que se tuvo, mientras duró…, es lo que fue y no deja de serlo, por tanto no morirá...

Tú que guardas restos y desvaneces, pero te quedas con su esencia, mientras no me olvides…, no moriré.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Mi frialdad…, su ausencia…

 

fuegohielo

 

 

 

 

 

 

 

 

          Soy de ningún lado, quiero y no quiero, pero no sabía que en verdad le quería…, por no robarle el beso que él deseaba y no arrancarle el alma con una caricia, se ha ido con el viento, le llevó a otro horizonte, el que ahora le hace el amor sin justificación.

          No quería saberle en otros brazos, no quería saber de su existencia, mi estado se encontraba correcto, sosegado, corriente, aquí era todo tranquilo, ya sin sus figuras, sin su naturaleza, decidí evaporar su recuerdo en mi mente, por el temor de que si yo lo advertía de ella, podría rasguñarme el corazón…, y todo estaba bien, parecía estarlo.

         Pero llegó ese día, “ése puto día”, tras la vibración de un sonido retumbante, despertándome de un sueño, tras el rechinar de una puerta, una puerta vieja con ventana que no sirve de ventana, tras de ése viejo pedazo de madera, estaba su figura, su existencia, su crueldad, dentro de unos ojos sencillos, ordinarios, cabello despeinado, zapatos rotos, y esa cara de suspenso al verme. Como todo ritmo, como ése péndulo, venía de regreso, pero diferente, sin heridas…, volvía, regresaba pero no por mí, ni conmigo, sin embargo con la intención de no perderme… Me sorprendía volver a verle.

          Hablar de cualquier cosa, era lo que mejor hacía, tan sencillo y tan fino al charlar, que siempre me impresionaba, habituaba contradecirme, parecía una batalla que nunca le ganaba, ni él me ganaba a mí, pero los dos éramos triunfantes, aunque solía creerle… Yo sanaba su dolor, y el mitigaba el deseo, yo era fuego y era hielo.

          Ésta vez hablamos de nuevo, de cualquier cosa, en el mismo sitio, ése en el que le hacía esperar, un callejón sin chiste, pero le gustaba, tanto que arduamente le lograba sacar de ahí, y caminar de la mano era vagar sin importar el rumbo, era descubrir, era una especie de plenitud.

          Y los silencios, los llenaba con miradas, de esas que apenan a cualquier adolecente, y yo con preguntas, contestadas con simpleza, con ésa mirada causante y siempre en los mejores casos, con un beso, desde unos labios gruesos y secos, besos húmedos, inesperados, cortos y eternos.

          Esta vez no fue tan diferente, pero ya no era igual, ya no era mío, no del todo…, mi frialdad seguía, y ahora, de alguna manera, justificada…, ocultaba algo, tal vez muchas cosas. Llegaba la hora, la hora antes no deseada, ahora ya no sabía.

          Como ése péndulo y su vaivén, el ritmo se lo llevó así como llegó, y volverá más distante…, ahora sólo me regalaba un perdón, de todo y nada, un beso en la mejilla, ahí en ése sitio como antes, un te quiero, te quiero mucho…, y se iba convocando una cita a la cual no llegué, por costumbre y tal vez por temor…, porque sé que ya pertenece no aquí, que ahora a otro horizonte le corresponde enamorarle…

Sin pensarlo, la distancia siempre la puse yo, era fuego, luego hielo.

          Tras cerrar ese trozo de madera, no olvidó dejarme su esencia impregnada en mí, que duraba siempre lo suficiente… Ahora sé que le deseo pero no quiero tenerle, mi frialdad de nuevo.

Mi frialdad y ahora su ausencia…