Mis hojas están rotas de tanto querer decir, al igual que mis alas de tanto intentar volar, para estar allí, porque ya no sé si detener el tiempo, o con estas yemas darle cuerda al reloj y tachar los días del calendario al ritmo de una bala cuando se jala el gatillo, y dejar pasar el tiempo absurdamente, simplemente recordando el ayer, malgastando el presente, dibujando tu rostro, imaginando dónde estás, porque es lo único que queda, y éstas líneas mal trazadas, haciendo un inventario de lo que tuve y tengo, y me pregunto ¿Qué hago con este cementerio? Con los restos de un momento inexistente como tal, si éste no tiene fin, se ha detenido y siento seguir viviendo.
Y mi piel se sigue secando, y mis plantas se han gastado de tanto caminar y recorrer tu espacio, el espacio que me rechaza por la insistencia de querer continuar, seguir donde ya no estás, donde no hay más.
Obstinarse en lo cautivante que deja sensación de malestar, como una espina clavada, como el rayo que quema mi piel y me vuelvo a posar ante él, como ahora tú lo haces, querer ser como él, poder quemarte a ti y darte un poco de lo que soy, que de alguna manera sientas mi llama encendida en un universo, donde con la luz de las estrellas, mi imperceptible se pierde.
Un día decidí apagarla para regresar a mi infierno, y poder habitar mi olvido, pero sus llamas te vuelven a encender. Y si residimos en una misma dimensión ¿Por qué tenemos mundos distintos?, ya todo se cierra, bueno para poder salir de la ecuación, y recordarme que todo es tan, pero tan simple, como el niño que llora porque el viento se llevó al cielo su globo, y que todo tiende a ser así, déjame evaporar, que me trague la tierra, que el viento se lleve mis cenizas o el mar me hunda en su enigmática profundidad.
Regresaré para decirte que valió la pena mi odisea… y estar contigo.
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